martes, 1 de diciembre de 2009

Casi hombre, casi árbol, casi nada…



La multiplicidad del mundo

se agolpó por un adormilado instante sobre su rostro

mientras la bandada de tórtolas no abdicaba

de su trino incesante al interior de la cabeza


Ante tal escenario la opción atónita del silencio

pareció ser la correcta.


En el espacio inerte de su sitio

creció por todos lados la espesa hierba triste - la maleza -

los nidos inquietos se abultaron sobre los hombros,

el corazón bajó sus pulsaciones

y la piel palideció con tonos marchitos,

observaba sin moverse

el soporífero transcurso de esta sociedad circular y circundante,

mientras sin necesidad de lifting, ni crema para las arrugas

dejaba que por la nariz transitaran las cuncunas

y sobre la piel hiciera selva el musgo, cuando ya entraba el invierno.


La indiferencia de cada transeúnte laceraba el alma

la enajenación de los talentes se estrellaba frenéticamente en la mirada

en el cráneo

en los cabellos

en los dedos

con el frío endurecido de estalactitas milenarias,


¡todos eran tan diferentemente iguales!


escalofriantemente similares

y preocupantemente diferentes.


La enmarañada red social mutaba lentamente

hasta entablar ambiguas relaciones, con arañas, hormigas y perros

que por respeto a su profunda y solemne soledad no lo meaban

y con esas sonrisas propias de los perros

le movían la cola y de vez en cuando ladraban

como queriendo exigir una respuesta.


Quiso omitir todo juicio sobre la podredumbre de las sociedades

enfermas y malformadas,

quiso no dejar más huella que una mirada solitaria,

queriendo escaparse con desenfreno a su propia fantasía

y aunque dejó por un tiempo que los pájaros le carcomieran el cerebro

aún alcanzaba la mente a tejer la bufanda de las dudas

y el pensamiento muy moderno de la decadencia

le congelaba más y más la sangre.


Admirable y putrefacta armonía,

todos los días el rebaño embelesado a sus trabajos,

sus quehaceres importantemente inútiles,

sus torturas,

por la tarde a sus familias,

sus casas,

sus televisores,

sus noticias,

sus mentiras,

sus cárceles propias e individuales,

compradas con el no menor precio de la esclavitud.


Un singular por todas partes, casi nunca algún plural,

una isla cada dos metros y ¡tan pocos continentes!


Con la lluvia calando la cabeza

ocultó las lágrimas que salían a raudales

y cuando al fin se opuso a olvidar el color de su voz

rompió la noche en un grito estrepitoso,

estentórea canción de cuna para seguir perpetuando el sueño de la ánimas,

sonidos que salieron de su boca en ráfagas interminables de versos en la noche,

que se abalanzaron sobre la ciudad,

metamorfoseándola en poesía…


Al otro día los techos despertaron inspirados

y cubiertos de elegías

algunos zombis pensaron que era simplemente nieve

otros leyeron algo antes de olvidarlo,

un par de viejos y casi ciegos perros

notaron que un árbol en la esquina había desaparecido

obsequiaron a su memoria un par de roncos y melancólicos aullidos

y se fueron por la calle arrastrando una mochila de incertidumbres.


Mayo de 2009.

 

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