La multiplicidad del mundo
se agolpó por un adormilado instante sobre su rostro
mientras la bandada de tórtolas no abdicaba
de su trino incesante al interior de la cabeza
Ante tal escenario la opción atónita del silencio
pareció ser la correcta.
En el espacio inerte de su sitio
creció por todos lados la espesa hierba triste - la maleza -
los nidos inquietos se abultaron sobre los hombros,
el corazón bajó sus pulsaciones
y la piel palideció con tonos marchitos,
observaba sin moverse
el soporífero transcurso de esta sociedad circular y circundante,
mientras sin necesidad de lifting, ni crema para las arrugas
dejaba que por la nariz transitaran las cuncunas
y sobre la piel hiciera selva el musgo, cuando ya entraba el invierno.
La indiferencia de cada transeúnte laceraba el alma
la enajenación de los talentes se estrellaba frenéticamente en la mirada
en el cráneo
en los cabellos
en los dedos
con el frío endurecido de estalactitas milenarias,
¡todos eran tan diferentemente iguales!
escalofriantemente similares
y preocupantemente diferentes.
La enmarañada red social mutaba lentamente
hasta entablar ambiguas relaciones, con arañas, hormigas y perros
que por respeto a su profunda y solemne soledad no lo meaban
y con esas sonrisas propias de los perros
le movían la cola y de vez en cuando ladraban
como queriendo exigir una respuesta.
Quiso omitir todo juicio sobre la podredumbre de las sociedades
enfermas y malformadas,
quiso no dejar más huella que una mirada solitaria,
queriendo escaparse con desenfreno a su propia fantasía
y aunque dejó por un tiempo que los pájaros le carcomieran el cerebro
aún alcanzaba la mente a tejer la bufanda de las dudas
y el pensamiento muy moderno de la decadencia
le congelaba más y más la sangre.
Admirable y putrefacta armonía,
todos los días el rebaño embelesado a sus trabajos,
sus quehaceres importantemente inútiles,
sus torturas,
por la tarde a sus familias,
sus casas,
sus televisores,
sus noticias,
sus mentiras,
sus cárceles propias e individuales,
compradas con el no menor precio de la esclavitud.
Un singular por todas partes, casi nunca algún plural,
una isla cada dos metros y ¡tan pocos continentes!
Con la lluvia calando la cabeza
ocultó las lágrimas que salían a raudales
y cuando al fin se opuso a olvidar el color de su voz
rompió la noche en un grito estrepitoso,
estentórea canción de cuna para seguir perpetuando el sueño de la ánimas,
sonidos que salieron de su boca en ráfagas interminables de versos en la noche,
que se abalanzaron sobre la ciudad,
metamorfoseándola en poesía…
Al otro día los techos despertaron inspirados
y cubiertos de elegías
algunos zombis pensaron que era simplemente nieve
otros leyeron algo antes de olvidarlo,
un par de viejos y casi ciegos perros
notaron que un árbol en la esquina había desaparecido
obsequiaron a su memoria un par de roncos y melancólicos aullidos
y se fueron por la calle arrastrando una mochila de incertidumbres.
Mayo de 2009.
3 comentarios:
Una excelente reflexión respecto de un árbol que se humaniza al contemplar al ser humano y el yugo cotidiano.
Es curioso como los perros hacen de puente entre la realidad y lo místico del relato, son como el dios ausente, el que observa, el que no se entromete, el que sólo se hace presente al final del ciclo....buen escrito.
usted leyó ese poema en la ex cárcel.. le salió rebien.
creo q te he escuchado leer dos veces, y las dos he quedado helado.
q le vaya bonito
me gustó este blog...
este poema está genial
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